No han sido días fáciles los vividos tras la cena de clausura del 60 Congreso de la SEFH. La montaña rusa emocional dejó paso a una extraña sensación de vacío, a una mirada nublada hacia el horizonte, a la agridulce convicción del deber cumplido, pero a la vez de un deber terminado.

El 60 Congreso de la SEFH ya es historia. Y la mayor constatación de esta afirmación la tuve el lunes siguiente al Congreso, cuando circunstancialmente pasé por el Palacio de Congresos y unos operarios en una grúa quitaban una a una las piezas del puzzle de la gran imagen del Congreso que habíamos situado en la parte superior de la puerta principal del Palacio de Congresos. Con solo cuatro piezas de las nueve originales, su fin era inminente y su aspecto agónico.

Colgar la acreditación presidencial fue otro momento difícil. Aunque físicamente es solo un trozo de plástico (sí, me empeñé en que los Comités tuvieran una acreditación diferente a la del resto de congresistas), en realidad es mucho más que eso, es un símbolo, la abstracción física de toda la planificación, amor, lucha, rabia, orgullo y pasión que derroché en este Congreso.

Pero el peor momento fue completamente inesperado. Le pedí a la Secretaría Técnica que quería tener un recuerdo del Congreso, algo que no se fuera a utilizar más y que se fuera a tirar. Me facilitaron uno de los dos roll-up que había con la imagen del Congreso, una preciosa y maravillosa imagen de 1,80m de alto, con todos sus elementos y un omnipresente sesenta en la parte central, que situé en la buhardilla de casa, junto a la mesa que uso como despacho, justo al lado de la acreditación colgada. El miércoles 18, en vez de salir a correr como suelo hacer, decidí hacer bicicleta estática, la cual tengo ubicada en la misma buhardilla. Ya había anochecido, y con una luz tenue iluminé la estancia y comencé a pedalear. Y fue subir la cabeza, mirar hacia el frente y allí lo vi, entre las sombras, a través de una tibia niebla que envolvió mis ojos, a mi 60 del alma. Hacía menos de una semana que lucía brillante bajo todos los focos, y ahora se esforzaba por sobresalir entre las penumbras. La música épica que fluía por los auriculares del móvil hizo el resto…

Lo reconozco, lloré. Lloré amargamente todo lo que tuve que llorar. Lloré a mi 60 Congreso de la SEFH que se había ido para siempre.

En mi discurso de clausura dije que mi alma había cambiado porque había sido impregnada por el alma del 60 Congreso SEFH y fe doy de lo cierta que es esta afirmación. En el futuro, cuando vuelva a unir los puntos, me oiréis recordar esto. Lloré, sí, pero también apreté los puños y las mandíbulas, y con cada lágrima derramada reconectaba con lo que representaba mi 60 querido, con sus valores y su forma de hacer.

“Gestionar no es cuestión de números, sino de valores” no es tan solo una frase bonita en un perfil de Twitter, o el colofón a un precioso video, es una filosofía de cómo trabajar y de cómo vivir.

El 60 Congreso de la SEFH se gestionó desde un primer momento a través de valores, y los números llegaron solos. El 60 Congreso de la SEFH se gestionó desde el principio como una marca, y desde mi perspectiva, uno de los mayores logros que conseguimos fue el de impregnar esa marca con los valores que la sostenían. Y por eso me dolió tanto ver así el 60, nuestra marca, nuestro símbolo, y por eso también siento un orgullo infinito cada vez que lo sigo viendo.

El 60 Congreso SEFH ya es historia, sí, pero su marca, su recuerdo y su poso, perdurarán en nosotros, en todos aquellos que fuimos impregnados por su alma.

Los días han ido pasando, y creo que ya he superado el “duelo” propio de cualquier despedida sentida. Bueno, en realidad lo sé, porque cada vez que pienso en el 60 Congreso de la SEFH, nadie puede quitarme la sonrisa de orgullo de la cara.

No han sido días fáciles los vividos tras la cena de clausura del 60 Congreso de la SEFH. La montaña rusa emocional dejó paso a una extraña sensación de vacío, a una mirada nublada hacia el horizonte, a la agridulce convicción del deber cumplido, pero a la vez de un deber terminado.

El 60 Congreso de la SEFH ya es historia. Y la mayor constatación de esta afirmación la tuve el lunes siguiente al Congreso, cuando circunstancialmente pasé por el Palacio de Congresos y unos operarios en una grúa quitaban una a una las piezas del puzzle de la gran imagen del Congreso que habíamos situado en la parte superior de la puerta principal del Palacio de Congresos. Con solo cuatro piezas de las nueve originales, su fin era inminente y su aspecto agónico.

Colgar la acreditación presidencial fue otro momento difícil. Aunque físicamente es solo un trozo de plástico (sí, me empeñé en que los Comités tuvieran una acreditación diferente a la del resto de congresistas), en realidad es mucho más que eso, es un símbolo, la abstracción física de toda la planificación, amor, lucha, rabia, orgullo y pasión que derroché en este Congreso.

Pero el peor momento fue completamente inesperado. Le pedí a la Secretaría Técnica que quería tener un recuerdo del Congreso, algo que no se fuera a utilizar más y que se fuera a tirar. Me facilitaron uno de los dos roll-up que había con la imagen del Congreso, una preciosa y maravillosa imagen de 1,80m de alto, con todos sus elementos y un omnipresente sesenta en la parte central, que situé en la buhardilla de casa, junto a la mesa que uso como despacho, justo al lado de la acreditación colgada. El miércoles 18, en vez de salir a correr como suelo hacer, decidí hacer bicicleta estática, la cual tengo ubicada en la misma buhardilla. Ya había anochecido, y con una luz tenue iluminé la estancia y comencé a pedalear. Y fue subir la cabeza, mirar hacia el frente y allí lo vi, entre las sombras, a través de una tibia niebla que envolvió mis ojos, a mi 60 del alma. Hacía menos de una semana que lucía brillante bajo todos los focos, y ahora se esforzaba por sobresalir entre las penumbras. La música épica que fluía por los auriculares del móvil hizo el resto…

Lo reconozco, lloré. Lloré amargamente todo lo que tuve que llorar. Lloré a mi 60 Congreso de la SEFH que se había ido para siempre.

En mi discurso de clausura dije que mi alma había cambiado porque había sido impregnada por el alma del 60 Congreso SEFH y fe doy de lo cierta que es esta afirmación. En el futuro, cuando vuelva a unir los puntos, me oiréis recordar esto. Lloré, sí, pero también apreté los puños y las mandíbulas, y con cada lágrima derramada reconectaba con lo que representaba mi 60 querido, con sus valores y su forma de hacer.

“Gestionar no es cuestión de números, sino de valores” no es tan solo una frase bonita en un perfil de Twitter, o el colofón a un precioso video, es una filosofía de cómo trabajar y de cómo vivir.

El 60 Congreso de la SEFH se gestionó desde un primer momento a través de valores, y los números llegaron solos. El 60 Congreso de la SEFH se gestionó desde el principio como una marca, y desde mi perspectiva, uno de los mayores logros que conseguimos fue el de impregnar esa marca con los valores que la sostenían. Y por eso me dolió tanto ver así el 60, nuestra marca, nuestro símbolo, y por eso también siento un orgullo infinito cada vez que lo sigo viendo.

El 60 Congreso SEFH ya es historia, sí, pero su marca, su recuerdo y su poso, perdurarán en nosotros, en todos aquellos que fuimos impregnados por su alma.

Los días han ido pasando, y creo que ya he superado el “duelo” propio de cualquier despedida sentida. Bueno, en realidad lo sé, porque cada vez que pienso en el 60 Congreso de la SEFH, nadie puede quitarme la sonrisa de orgullo de la cara.