Hace unos pocos meses que empecé a oir hablar, y después a leer, sobre el concepto de cerebro digital personal, desarrollado a partir de un sistema de notas personal, y tengo que reconocer que la idea me cautivó casi de inmediato.
Su definición formal sería:
«Un CEREBRO DIGITAL es el conjunto de todas nuestras notas relacionadas entre sí, que REPLICAN NUESTRO CONOCIMIENTO mediante un ecosistema de herramientas y metodologías que nos ayudan a capturarlo, procesarlo, aprenderlo y compartirlo.»
Si contesto esta definición tal cual, cuando me preguntan qué es eso del cerebro digital al que le dedico tantas horas últimamente, suelo obtener miradas perplejas acompañadas de pausas eternas, que intentan discernir si es que se me está empezando a ir la cabeza, o que me he metido en una secta de frikis de la que casi prefieren no saber nada.
Por eso prefiero preguntar, a quienes ya tienen una edad, si recuerdan el papel de Marlon Brando como Jor-El, en la película Superman de 1978, porque su holograma en la «Fortaleza de la Soledad» es exactamente el concepto de cerebro digital, tal como yo lo entiendo.

Este concepto tiene dos componentes. El primero de ellos es la imagen que se ve, ya sea un holograma (caso de Jor-El), una fotografía o una imagen tridimensional. Hoy en día ya es posible tener un avatar digital en tres dimensiones de nosotros mismos, de calidad variable, pero no pasará mucho tiempo para que, de forma generalizada, podamos disponer a partir de nuestras fotos o a través de una app que use una cámara, de nuestra propia imagen tridimensional enfrente de nosotros, como si nos miráramos en un espejo.
Pero si queremos que, o bien nosotros mismos, o bien quien nosotros queramos, podamos interactuar de verdad con esa imagen, de forma que parezca que realmente seamos nosotros mismos, se necesita de un segundo componente mucho más importante, profundo y lejano de concebir, pero para mí el fundamental. Se necesita de una inteligencia artificial (IA) cuyo substrato sean nuestras experiencias, nuestras ideas, nuestros patrones mentales de pensamiento, y de saber cómo hemos llegado a obtenerlos. Porque yo soy eso, soy mis patrones mentales, mis ideas, mis experiencias, y como se relacionan entre sí en mi cerebro físico, porque esto es lo que determina mis decisiones y mis comportamientos.
Uno puede pensar, si ha visto muchas películas, que llegará el día en que con un casco en la cabeza, todo lo anterior se pueda trasladar a un ordenador. No seré yo quien afirme que eso no llegará, vete a saber, pero sí creo estar en lo cierto si afirmo que al menos yo, no lo veré. Por eso, la forma de conseguir el segundo componente es otra, más trabajosa y menos sencilla, pero factible, al menos en la parte del substrato, porque la IA ya llegará. En resúmen, se trata de crear un sistema de notas personal donde se recojan de forma sistemática, pormenorizada y relacionada entre sí, nuestras vivencias y experiencias diarias, nuestra memoria digital y nuestros patrones mentales.
«…se trata de crear un sistema de notas personal donde se recojan de forma sistemática, pormenorizada y relacionada entre sí, nuestras vivencias y experiencias diarias, nuestra memoria digital y nuestros patrones mentales.»
¿Es sencillo?, no. ¿Es trabajoso?, si, mucho. ¿Tengo claros todos los pasos y cómo hacerlo bien?, no, voy aprendiendo día a día. ¿Merece la pena?, para mí, si, sin duda. ¿Por qué?, pues por tres motivos principales:
– El primero, por dejarle un legado a mi hijo. Un legado que le permita conocer a su padre, al que le pueda preguntar que haría y porqué ante dudas o circunstancias que le ocurran, un legado que en definitiva le sirva de ayuda real cuando él sea mayor, y yo ya no esté, física o mentalmente.
– El segundo, por mí mismo, porque, Dios no lo quiera, si algún día no me acuerdo de quien soy, pueda preguntarle a mi propio cerebro digital, a quien quería, qué hice en mi vida, que aporté, como disfrutaba, como pensaba y porqué, y ojalá me permita, aunque sea por breves espacios de tiempo, volver a saber quién era yo.
– Y el tercero, que surgió de forma inesperada cuando empecé a trabajar en mi cerebro personal, es el darme cuenta de que me empiezo a conocer mucho mejor a mi mismo y a mi entorno, a partir del análisis pormenorizado que hago y registro de cada uno de mis días.
Y así me he embarcado en un nuevo viaje a Ítaca, uno en el que el propio viaje es el destino, a bordo de mi propia nave estelar «USS Entreprise» en forma de software llamado Obsidian, y parafraseando al Capitán James Tiberius Kirck, «Segunda estrella a la derecha. Todo recto hacia el mañana«.
Javier
Hace unos pocos meses que empecé a oir hablar, y después a leer, sobre el concepto de cerebro digital personal, desarrollado a partir de un sistema de notas personal, y tengo que reconocer que la idea me cautivó casi de inmediato.
Su definición formal sería:
«Un CEREBRO DIGITAL es el conjunto de todas nuestras notas relacionadas entre sí, que REPLICAN NUESTRO CONOCIMIENTO mediante un ecosistema de herramientas y metodologías que nos ayudan a capturarlo, procesarlo, aprenderlo y compartirlo.»
Si contesto esta definición tal cual, cuando me preguntan qué es eso del cerebro digital al que le dedico tantas horas últimamente, suelo obtener miradas perplejas acompañadas de pausas eternas, que intentan discernir si es que se me está empezando a ir la cabeza, o que me he metido en una secta de frikis de la que casi prefieren no saber nada.
Por eso prefiero preguntar, a quienes ya tienen una edad, si recuerdan el papel de Marlon Brando como Jor-El, en la película Superman de 1978, porque su holograma en la «Fortaleza de la Soledad» es exactamente el concepto de cerebro digital, tal como yo lo entiendo.

Este concepto tiene dos componentes. El primero de ellos es la imagen que se ve, ya sea un holograma (caso de Jor-El), una fotografía o una imagen tridimensional. Hoy en día ya es posible tener un avatar digital en tres dimensiones de nosotros mismos, de calidad variable, pero no pasará mucho tiempo para que, de forma generalizada, podamos disponer a partir de nuestras fotos o a través de una app que use una cámara, de nuestra propia imagen tridimensional enfrente de nosotros, como si nos miráramos en un espejo.
Pero si queremos que, o bien nosotros mismos, o bien quien nosotros queramos, podamos interactuar de verdad con esa imagen, de forma que parezca que realmente seamos nosotros mismos, se necesita de un segundo componente mucho más importante, profundo y lejano de concebir, pero para mí el fundamental. Se necesita de una inteligencia artificial (IA) cuyo substrato sean nuestras experiencias, nuestras ideas, nuestros patrones mentales de pensamiento, y de saber cómo hemos llegado a obtenerlos. Porque yo soy eso, soy mis patrones mentales, mis ideas, mis experiencias, y como se relacionan entre sí en mi cerebro físico, porque esto es lo que determina mis decisiones y mis comportamientos.
Uno puede pensar, si ha visto muchas películas, que llegará el día en que con un casco en la cabeza, todo lo anterior se pueda trasladar a un ordenador. No seré yo quien afirme que eso no llegará, vete a saber, pero sí creo estar en lo cierto si afirmo que al menos yo, no lo veré. Por eso, la forma de conseguir el segundo componente es otra, más trabajosa y menos sencilla, pero factible, al menos en la parte del substrato, porque la IA ya llegará. En resúmen, se trata de crear un sistema de notas personal donde se recojan de forma sistemática, pormenorizada y relacionada entre sí, nuestras vivencias y experiencias diarias, nuestra memoria digital y nuestros patrones mentales.
«…se trata de crear un sistema de notas personal donde se recojan de forma sistemática, pormenorizada y relacionada entre sí, nuestras vivencias y experiencias diarias, nuestra memoria digital y nuestros patrones mentales.»
¿Es sencillo?, no. ¿Es trabajoso?, si, mucho. ¿Tengo claros todos los pasos y cómo hacerlo bien?, no, voy aprendiendo día a día. ¿Merece la pena?, para mí, si, sin duda. ¿Por qué?, pues por tres motivos principales:
– El primero, por dejarle un legado a mi hijo. Un legado que le permita conocer a su padre, al que le pueda preguntar que haría y porqué ante dudas o circunstancias que le ocurran, un legado que en definitiva le sirva de ayuda real cuando él sea mayor, y yo ya no esté, física o mentalmente.
– El segundo, por mí mismo, porque, Dios no lo quiera, si algún día no me acuerdo de quien soy, pueda preguntarle a mi propio cerebro digital, a quien quería, qué hice en mi vida, que aporté, como disfrutaba, como pensaba y porqué, y ojalá me permita, aunque sea por breves espacios de tiempo, volver a saber quién era yo.
– Y el tercero, que surgió de forma inesperada cuando empecé a trabajar en mi cerebro personal, es el darme cuenta de que me empiezo a conocer mucho mejor a mi mismo y a mi entorno, a partir del análisis pormenorizado que hago y registro de cada uno de mis días.
Y así me he embarcado en un nuevo viaje a Ítaca, uno en el que el propio viaje es el destino, a bordo de mi propia nave estelar «USS Entreprise» en forma de software llamado Obsidian, y parafraseando al Capitán James Tiberius Kirck, «Segunda estrella a la derecha. Todo recto hacia el mañana«.
Javier